Reseña Inconexa: Anécdotas y Curiosidades leídas en un libro
¡A quién hay que
fusilar!
Hoy quiero compartir con ustedes, una referencia mundial como iniciador del
“Socialismo ecológico”, se trata
nada más y nada menos que el Ingeniero
Agrónomo René Dumont. A sus setenta y tres años en 1977, después de una
advertencia sobre su salud, decide que ha llegado el momento de intentar dejar
alguna conclusión. En su libro “Agrónomo
del hambre”, cita algunos fragmentos
de la treintena de libros que ya tenía publicados; desde entonces hay que
añadir tres libros más. Esta historia aunque resumida al máximo, fue extraída
del libro “Ecología socialista”,
escrito por René Dumont en 1977, Págs. 98-101. Los créditos son del autor, al
cual respeto y admiro su obra, y he tratado de seguir sus pasos hacia un “socialismo con rostro humano”.
Comienza el relato de una historia con una gran verdad: autoritarismo y totalitarismo.
A las cuatro de la
tarde llegué a Pinar del Río, una capital de provincia a 200 kilómetros al
oeste de La Habana y, tal como me había anunciado Fidel, no fue difícil
encontrarle. Estaba en la plaza principal, rodeado por 100.000 personas -- es
la cifra que dieron los periódicos, quizás un poco hinchada --, una multitud
vibrante, cálida, entusiasta, con los sombreros volando por los aires. ¡Qué
dicha, una revolución tan popular!
Simplemente, bastaba con atravesar aquella multitud. Había un jaleo espantoso, tres emisoras distintas radiaban el desfile a voz en grito: “¡Los machetes apuntando contra la agresión extranjera!” (En este caso la agresión norteamericana). Y ante él pasaban los jóvenes armados con machetes, montando pequeños caballos. Con mala intención, me los imaginé atacando a sablazos las bombas atómicas norteamericanas.
En medio del jaleo volví a empezar mi exposición, que Jacques Chonchol iba traduciendo. De pronto, Fidel dijo:
Simplemente, bastaba con atravesar aquella multitud. Había un jaleo espantoso, tres emisoras distintas radiaban el desfile a voz en grito: “¡Los machetes apuntando contra la agresión extranjera!” (En este caso la agresión norteamericana). Y ante él pasaban los jóvenes armados con machetes, montando pequeños caballos. Con mala intención, me los imaginé atacando a sablazos las bombas atómicas norteamericanas.
En medio del jaleo volví a empezar mi exposición, que Jacques Chonchol iba traduciendo. De pronto, Fidel dijo:
--Ahora me toca
hablar a mí.
Y habló durante una
hora y media. Por una vez, no se excedió demasiado. Se le veía un auténtico
pedagogo, pues el tiempo pasaba y el pueblo no dejaba de escucharle. Al cabo de
una hora y media nos dijo:
--Hasta ahora.
--Hasta ahora.
Pero no dijo dónde.
Regresamos al hotel y tomamos una ducha, pues hacía mucho calor. Luego Alonso
telefoneó a todas partes –a la prefectura, al ayuntamiento, al INRA, incluso a
la policía – para averiguar dónde estaba Fidel. Finalmente supimos que nos
aguardaba en el campamento militar, a diez kilómetros de allí. Inmediatamente
acudimos, junto con Jacques Chonchol, que luego sería ministro de Agricultura
de Allende y que actualmente es refugiado político en Paris, donde enseña en el
Instituto de Altos Estudios de América Latina.
En el comedor de los oficiales nos preguntaron si habíamos comido; ni nos habíamos acordado. Se nos sirvió pollo en abundancia, y luego moros y cristianos – los moros son las habichuelas negras, y los cristianos el arroz blanco--, el plato tradicional de Cuba. Fidel llegó con el semblante fatigado. Pero, después de haber comido, se recuperó rápidamente. Estaba situado en el extremo de la mesa, y entre nosotros había seis oficiales a la derecha y seis a la izquierda; no había manera de entendernos. Con autoridad, situé a Chonchol entre Fidel y yo, y Fidel me dijo:
En el comedor de los oficiales nos preguntaron si habíamos comido; ni nos habíamos acordado. Se nos sirvió pollo en abundancia, y luego moros y cristianos – los moros son las habichuelas negras, y los cristianos el arroz blanco--, el plato tradicional de Cuba. Fidel llegó con el semblante fatigado. Pero, después de haber comido, se recuperó rápidamente. Estaba situado en el extremo de la mesa, y entre nosotros había seis oficiales a la derecha y seis a la izquierda; no había manera de entendernos. Con autoridad, situé a Chonchol entre Fidel y yo, y Fidel me dijo:
--No lo entiendo.
Según parece, tú insinúas que eso va mal; sin embargo, Jean-Paul Sastre vino a
vernos en enero, con Simona de Beauvoir, y pasaron tres semanas en Cuba. En
“France-Soir” publicaron una serie de artículos…
Por aquellos días, en
La Habana se reproducían, en “Revolución”, aquellos artículos en los que Sastre
declaraba aproximadamente que todo cuanto se hacía en Cuba en el orden
económico estaba bien, era casi perfecto. La tesis general era que, puesto que
se había derribado al capitalismo, la orientación resultaba forzosamente buena,
y que todo funcionaría bien. Sin capitalismo, ¿cómo podían existir aún
dificultades…?
--Jean-Paul Sastre –
le respondí – es un gran escritor, un importante hombre de teatro, un
extraordinario filósofo, pero ha dado muy poco que hablar entre los
economistas.
Y nosotros, los
agrónomos, tampoco le consideramos uno de los nuestros.
Durante tres horas sin interrupción, rehíce mi exposición a Fidel, que me escuchó y comprendió que se trataba de algo serio. Al terminar me dijo:
--¿Cuándo piensa regresar?
Durante tres horas sin interrupción, rehíce mi exposición a Fidel, que me escuchó y comprendió que se trataba de algo serio. Al terminar me dijo:
--¿Cuándo piensa regresar?
--A sus órdenes.
Fui invitado a
regresar, en esta ocasión como experto del Gobierno cubano, en agosto de 1960.
Al día siguiente,
puesto que había sido recibido por Fidel, ya no era un invitado cualquiera,
sino una alta personalidad. Por tanto, se me pidió que asistiese a una
conferencia de prensa para responder a las preguntas de los periodistas. Solo
que se olvidaron de indicarme dónde; tardamos dos horas en encontrar el sitio.
Por sexta vez lancé
mi perorata ante una veintena de periodistas y doce directores generales del
INRA. Luego de una hora de exposición, uno de los periodistas se levantó y
dijo:
--Si todo va tan mal
como eso, habría que fusilar a uno de los veintisiete jefes de zona agrícola.
Chonchol me miró y
palideció; yo también. Si hubiese que fusilar a cada agrónomo responsable de un
error, ya haría mucho tiempo que no habría ni un solo agrónomo vivo en el
mundo. Todos nos equivocamos, y yo como los demás, principalmente porque no
existe una auténtica ciencia de la agronomía; es un arte que utiliza numerosas
ciencias, y el error siempre es posible. Simplemente, hay que tratar de darse
cuenta a tiempo para poderlo rectificar, y evitar volver a caer en él.
Y, mirando a los directores de la capital, pregunté:
Y, mirando a los directores de la capital, pregunté:
--¿Son verdaderamente
los jefes de zona, los hombres de allí, los auténticos culpables? ¿O más bien
los directores que desde la capital envían una serie de directivas a menudo
contradictorias o difícilmente realizables?
Los directores en cuestión empezaron a palidecer. Y finalmente pregunté:
--¿Quién es el responsable supremo del INRA?
Los directores en cuestión empezaron a palidecer. Y finalmente pregunté:
--¿Quién es el responsable supremo del INRA?
Yo sabía que era
Fidel. Entonces, silencio general; imposible criticar al gran jefe.
Yo conocía entonces a
un jefe de zona que había acumulado cierto número de idioteces: era Pedrito
Bettancurt, un desgraciado profesor de economía rural, quien durante treinta
años había enseñado, en el Instituto Agronómico de La Habana, economía rural
“según los manuales”. Se le saco de su poltrona, a él, que prácticamente nunca
se había enfrentado con problemas técnicos, para ponerle al frente de una
empresa de producción agrícola donde debía resolver diariamente problemas
prácticos que no estaban previstos ni en su enseñanza, ni en los manuales de
economía rural; en especial en los manuales norteamericanos, que él conocía
perfectamente, pero que hablaban de problemas totalmente distintos a los de
Cuba. Pero, ¿hacerlo fusilar? Sin
embargo, me pareció lo más oportuno apartarlo de la dirección de aquella zona
de producción agrícola.
Al día siguiente por
la mañana, en los periódicos no había ni una sola mención acerca de esta
conferencia de prensa. Nada. Mi nombre no apareció en los periódicos cubanos
hasta el 6 de febrero de 1971, once años más tarde, para notificar que yo trabajaba
para la CIA norteamericana…
INRA: Instituto
Nacional de la Reforma Agraria.
Hoy mí país
Venezuela, con el actual gobierno ha retrocedido a los años de 1960, una copia
al carbón de lo que sucedió en Cuba y que quieren reeditar aquí. Es triste, pero
cierto, en el campo venezolano hoy, hay destrucción y no producimos nada. Una
agricultura de puerto, peor que la que teníamos en los años de 1970. Pero, ¿quienes
opinan sobre el sector agrícola? Gente que de agronomía no sabe nada, pero como
son leales al presidente los mantienen allí. Pero de seguir por donde vamos,
por mucho petróleo que tengamos el desastre que se avecina no lo para nadie.
Los funcionarios del gobierno no escuchan, se hace lo que yo digo y punto. La
pregunta que tendríamos que hacernos, es ¿a
quién hay que felicitar?
Esta
entrada al blog “Mis Memorias Inconexas”, fueron publicadas en mayo de 2007 en
mi blog anterior, y quise presentársela a ustedes nuevamente para que vean
semejanzas o parecidos, que nos han llevado a la situación que estamos viviendo
hoy 2017.
Blog Hoja 054
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